Noviembre: El mes de la música y salud
¿Cómo influye la música sobre nuestra salud?
Tradicionalmente, el modelo biomédico ha atribuido como causa de un problema de salud a déficits biológicos o alteraciones estructurales, obviando las dimensiones social, psicológica o conductual. No obstante, hoy día la evidencia actual defiende la existencia de conexiones entre el cuerpo, la mente, el estilo de vida, el estado emocional y otros determinantes en salud, que son claves en el desarrollo de entidades patológicas y la propia percepción de la salud. (Farre & Rapley, 2017; Wade & Halligan, 2017)
Ante la necesidad de encontrar intervenciones que atiendan todas estas áreas, enmarcadas en la corriente conocida como “humanización de la asistencia sanitaria”, aparecen las terapias cuerpo-mente. (Ettenberger & Calderón Cifuentes, 2022; Schulz et al., 2023) En el año 2019 la OMS publicó una revisión de alcance sobre el papel del arte o las actividades artísticas (musica, pintura, teatro, danza, literatura…) como promotores de la salud (Fancourt & Finn, 2019), demostrando su potencial para producir respuestas de carácter biopsicosocial al propiciar la estimulación sensorial, emocional, imaginativa o cognitiva, entre otras. De todas ellas, la música constituye una de las modalidades más utilizadas y eficaces. (Ettenberger & Calderón Cifuentes, 2022)
El empleo de la música como recurso terapéutico se remonta a tiempos ancestrales, pero no es hasta principios del siglo XX y la Segunda Guerra Mundial cuando nace como profesión, para hacer frente a las necesidades de los heridos de guerra. En 1919, Margaret Anderton, pianista inglesa, fue la primera persona en introducir el estudio de la música en el ámbito universitario. (Barbarrojas Vaca, 2008; Fernández Company et al., 2021) Actualmente, gracias al crecimiento de la investigación en este ámbito, las intervenciones musicales están sustentadas por la evidencia científica y son consideradas las únicas capaces de actuar sobre procesos perceptivos, motores, cognitivos o socioafectivos. (Andrade & Bhattacharya, 2018; Clements-Cortes & Bartel, 2018)
Hasta ahora se ha sugerido que los tres elementos principales de la música: ritmo, melodía y armonía, (W. G. Chen et al., 2022) eran los principales responsables de estos efectos, especialmente a nivel emocional. No obstante, dichas propiedades acústicas no justifican la gran heterogeneidad de las respuestas generadas; estas son influenciadas por diferentes factores intrínsecos al oyente como la cultura de origen, el historial musical o la propia personalidad, (Sachs et al., 2018) de manera que «el estímulo real no es el desarrollo progresivo de la estructura musical sino el contenido subjetivo de la mente del oyente» (Trimble & Hesdorffer, 2017)Además, previa a la propia percepción musical, existe una actividad mental preconsciente que puede impulsar la aparición de determinados estados emocionales; al igual que una vez la música concluye, el cerebro es capaz de seguir reproduciéndola como representaciones o imágenes musicales mentales. (Vickhoff, 2023)
Por tanto, la música tiene un impacto global sobre todos los sistemas del organismo, siendo capaz de modular funciones fisiológicas (presión sanguínea, ritmo cardíaco o respiratorio…), motoras (activación y organización del movimiento), emocionales (despertar de emociones), cognitivas (atención) y sociales (favoreciendo las relaciones interpersonales); (Agudo Cadarso, 2015) de ahí que su uso se extienda a multitud de procesos de diversa índole como alteraciones psíquicas o de conducta (depresión, ansiedad, esquizofrenia, autismo, trastornos del sueño o demencia), (Wang & Agius, 2018) trastornos del movimiento o el lenguaje, (Devlin et al., 2019; Liu et al., 2022) enfermedades cardiovasculares, respiratorias, neurológicas o cáncer (Galińska, 2015; Huang et al., 2021; Köhler et al., 2020; Xu et al., 2022) en todos los tipos de población: pacientes pediátricos, adolescentes, adultos y mayores. (Carr et al., 2013; C. Chen et al., 2021; Yue et al., 2021)
En función del modo de aplicación y los recursos-técnicas empleados, la terapia musical puede diferenciarse en medicina musical o musicoterapia. Mientras que la primera entraña únicamente la escucha musical pasiva y es llevada a cabo por profesionales sanitarios, la musicoterapia hace uso de actividades musicales más complejas, englobadas en un proceso terapéutico y que requieren la participación del paciente bajo la dirección de un musicoterapeuta. (Ettenberger & Calderón Cifuentes, 2022) Dentro de esta última encontramos intervenciones como el entrenamiento rítmico, la práctica de instrumentos musicales o el canto, siendo posible la combinación entre ellas y con otras intervenciones activas como el ejercicio. (Schneider et al., 2022)
Con todo lo anterior, reivindicamos el papel de la música como una estrategia de tratamiento no farmacológica, eficaz desde un punto de vista biopsicosocial y que puede enfocarse a personas que experimentan condiciones de diversa índole ya sea de manera individualizada o colectiva, por lo que destacamos su alta versatilidad.
¡Escuchar música alegra el alma!