LA DANZA TERAPÉUTICA

Imagen de una mujer realizando danza

El día 29 de abril es el día internacional de la danza. Como cada vez con más frecuencia, se está utilizando la danza como herramienta terapéutica, hemos decidido dedicarle el post de este mes. 

En la mayoría de los cuadros clínicos, el ejercicio físico es una parte fundamental del tratamiento, y, actualmente, es sabido por todo el mundo que para estar sanos hace falta que nos movamos y hagamos ejercicio de una forma u otra. Una de estas estrategias de movimiento puede ser la danza.

La danza es un fenómeno universal que está presente en todas las culturas, razas y civilizaciones. Nace con la propia humanidad, y es considerada como una de las formas de expresión más antiguas. Como es un fenómeno que forma parte de todas las culturas, son múltiples las formas expresivas y artísticas que ha ido adoptando a lo largo de la historia. Por tanto, definirla es una tarea compleja, ya que hay una gran variedad de aproximaciones conceptuales e interrelaciones que se establecen sobre este término desde diferentes campos: antropológico, psicológico, pedagógico, sociológico, artístico, musical (Universidade da Coruña, 1998).

Cuando la danza se utiliza como terapia, no existe una estructura per se sobre cómo se debe realizar, sino que el foco se encuentra en la creación y exploración del movimiento con la música (Stück M et al. 2009).

El ser algo tan ligado a la naturaleza humana, y una actividad tan compleja, posee varias características que la convierten en una forma de ejercicio ideal para muchos pacientes:

  1. Adherencia. Es uno de los objetivos principales a alcanzar en cualquier tratamiento. En tratamientos con ejercicio suele ser algo difícil de lograr, y la danza, al ser para muchas personas también algo lúdico, lo propicia (Booth J et al. 2017).
  1. Foco de atención externo e interno. Según el objetivo, podemos focalizar la atención en la música (externo), calidad y precisión del movimiento (interno), o la coordinación entre música y movimiento (mixto).
  1. Ejercicio consciente. La danza terapéutica también se puede entender como ejercicio consciente, al ser una terapia que implica y combina la concentración, el control de la respiración y el movimiento del cuerpo. En pacientes con dolor crónico se ha visto que puede ayudar en sus episodios de dolor, al reducir la autopercepción de su discapacidad, y aumentar su tolerancia al dolor (Wu C et al. 2019; Maher C et al. 2017).
  1. Conexión social. Como ya hemos descrito en entradas anteriores del blog, somos animales sociales, y el baile es una forma fantástica de entrar en contacto con otras personas. Es una de las formas de socialización más antiguas que tiene el ser humano (Universidade da Coruña, 1998).
  1. Actividad cognitiva. La danza, al igual que otras formas de ejercicio consciente, influye directamente a nivel cognitivo de la persona que lo realiza, mejorando el rendimiento cognitivo global, la flexibilidad cognitiva, la memoria, la fluidez verbal y el aprendizaje motor (Wu C et al. 2019).

Además, la danza terapéutica tiene beneficios directos sobre varios sistemas corporales; algunos comunes a otras formas de ejercicio, y otros específicos.

  1. Cardiovascular. A nivel cardiovascular, se ha demostrado que la danza puede tener los mismos beneficios que el ejercicio aeróbico para mejorar el VO2 máximo en pacientes con insuficiencia cardíaca crónica. También se evidencian los efectos positivos en otros parámetros metabólicos como los niveles de triglicéridos y lipoproteínas de alta densidad (HDL). De hecho, parece haber una relación dosis-respuesta entre las horas de práctica de baile a la semana, y la mejora de los niveles de estos lípidos (Wu HY et al. 2016; Kim CG et al. 2003).
  1. Inmune. Después de un programa de danza, se observa una reducción de los marcadores inflamatorios plasmáticos y de las proteínas propias de la fase aguda de la inflamación, así como una mayor concentración de citocinas antiinflamatorias (Domingueti CP et al. 2016). También se modifican los niveles en sangre de biomarcadores como interleuquina 1 (IL-1ra), que es antiinflamatorio; la disminución de los niveles plasmáticos del factor alfa de necrosis tumoral (TNF- α); y la disminución de la proteína C reactiva (PCR), que son ambos proinflamatorios (Borges L et al. 2019).
  1. Modulación del dolor. La danza reduce directamente la sensibilidad al dolor mediante mecanismos propios del individuo, como la activación del sistema endógeno de opioides y endocannabinoides, que activan vías descendientes moduladoras del dolor (Koltyn KF, 2000).
  1. Musculoesquelético. Bailar estimula la musculatura postural, la estabilización, la coordinación, y la combinación de las tres. Esto se hace a través de propuestas que exigen la contracción voluntaria de un músculo específico, de un grupo muscular, o bien a través de movimientos que involucren todo el cuerpo (Powell KE etal. 2011).
  1. Psique. Al usar la danza como forma de terapia, los movimientos se convierten en un vehículo mediante el cual, cada individuo puede experimentar un proceso de crecimiento personal, a la vez que de integración en un grupo. Esto se fundamenta en la relación que se establece entre el movimiento y la emoción, entre el cuerpo y la mente. Mediante la exploración de distintas posibilidades de movimiento, las personas pueden experimentar mayor equilibrio y seguridad. Y, a mayor variabilidad a la que se les someta, mayor serán también sus capacidades de adaptación y espontaneidad (Payne H, 2003).

Si te gusta bailar, ¡desde UMSS te animamos a disfrutar de ello todo lo que puedas! Y si necesitas incorporar ejercicio físico en tu rutina diaria (ya sea por problemas de salud o no), te recordamos que la danza es una opción estupenda para hacerlo .

Siempre que la danza tenga un objetivo terapéutico para una condición concreta, es necesario hacerlo con un profesional formado para ello.

Bibliografía:

Booth, J., Moseley, G. L., Schiltenwolf, M., Cashin, A., Davies, M., & Hübscher, M. (2017). Exercise for chronic musculoskeletal pain: A biopsychosocial approach. Musculoskeletal Care, 15(4), 413–421. https://doi.org/10.1002/msc.1191

Borges, L., Passos, M.E.P., Silva, M.B.B., Santos, V.C., Momesso, C.M., Pithon-Curi, T.C., Gorjão, R., Gray, S.R., Lima, K.C.A., de Freitas, P.B., & Hatanaka, E. (2019). Dance training improves cytokine secretion and viability of neutrophils in diabetic patients. Mediators of Inflammation, 2019, 1–8. https://doi.org/10.1155/2019/2924818

Domingueti, C.P., Dusse, L.M.S., Carvalho, M. das G., de Sousa, L.P., Gomes, K.B., & Fernandes, A.P. (2016). Diabetes mellitus: The linkage between oxidative stress, inflammation, hypercoagulability and vascular complications. Journal of Diabetes and Its Complications, 30(4), 738–745. https://doi.org/10.1016/j.jdiacomp.2015.12.018

Educación física e deporte no século XXI (1998). A Coruña: Universidade da Coruña. Servicio de Publicacións.

Kim, C.G., June, K.J., & Song, R. (2003). Effects of a health-promotion program on cardiovascular risk factors, health behaviors, and life satisfaction in institutionalized elderly women. International Journal of Nursing Studies, 40(4), 375–381. https://doi.org/10.1016/s0020-7489(02)00102-5

Koltyn, K.F. (2000). Analgesia following exercise: A review. Sports Medicine (Auckland, N.Z.), 29(2), 85–98. https://doi.org/10.2165/00007256-200029020-00002

Maher, C., Underwood, M., & Buchbinder, R. (2017). Non-specific low back pain. Lancet, 389(10070), 736–747. https://doi.org/10.1016/s0140-6736(16)30970-9

Payne H (2003). Dance movement therapy: Theory and practice. Routledge.

Powell, K.E., Paluch, A.E., & Blair, S.N. (2011). Physical activity for health: What kind? How much? How intense? On top of what? Annual Review of Public Health, 32(1), 349–365. https://doi.org/10.1146/annurev-publhealth-031210-101151

Stück, M., Villegas, A., Bauer, K., Terren, R., Toro, V., & Sack, U. (2009). Psycho-immunological process evaluation of biodanza. Journal of Pedagogy and Psychology Signum Temporis, 2(1). https://doi.org/10.2478/v10195-011-0024-7

Wu, C., Yi, Q., Zheng, X., Cui, S., Chen, B., Lu, L., & Tang, C. (2019). Effects of mind‐body exercises on cognitive function in older adults: A meta‐analysis. Journal of the American Geriatrics Society, 67(4), 749–758. https://doi.org/10.1111/jgs.15714

Wu, H.Y., Tu, J.H., Hsu, C.H., & Tsao, T.H. (2016). Effects of low-impact dance on blood biochemistry, bone mineral density, the joint range of motion of lower extremities, knee extension torque, and fall in females. Journal of Aging and Physical Activity, 24(1), 1–7. https://doi.org/10.1123/japa.2014-0088